
En un universo paralelo, donde los días eran diferentes a los nuestros y las estrellas parecían más brillantes que nunca, había un lugar encantado llamado Crystalia. Este lugar estaba lleno de árboles gigantes que tocaban el cielo con sus hojas de colores brillantes, ríos de aguas cristalinas y montañas misteriosas que nadie había explorado. En medio de esta belleza, vivía un enigmático ser llamado Dioscórides.
Dioscórides era una persona triste y sola. Pasaba sus días caminando por los senderos del bosque, buscando algo que lo llenara de alegría y felicidad. Lo que más le gustaba hacer era resolver crucigramas, encontraba en ellos un desafío mental que le ayudaba a pasar el tiempo. Pero siempre anhelaba tener a alguien con quien compartir sus charlas y disfrutar de la amistad sincera.
Un día, mientras Dioscórides estaba sentado bajo un árbol, apareció un amigo imaginario llamado Licerio. Licerio era un ser alegre y colorido, con alas de mariposa y una sonrisa radiante. Se convirtieron en grandes amigos, compartiendo risas y conversaciones profundas.
Juntos, Dioscórides y Licerio exploraron los rincones más hermosos de Crystalia. Recorrieron los prados llenos de flores brillantes y se sentaron en la orilla del río a ver cómo el sol se escondía detrás de las montañas. La amistad de Licerio trajo una nueva luz a la vida de Dioscórides, llenándolo de alegría y esperanza.
Pero un día, cuando caminaban por el bosque, se encontraron con un señor de Bilbao llamado Armando. Dioscórides se imaginaba constantemente a este señor debido a su sombrero y su peculiar forma de hablar. Armando era un personaje gruñón y regañón que no creía en la amistad y siempre buscaba problemas.
Armando comenzó a burlarse de la amistad entre Dioscórides y Licerio. «¿Cómo puedes tener un amigo imaginario? Eso no es real», decía con desprecio. Sus palabras dolieron en el corazón de Dioscórides, haciéndole dudar de su amistad con Licerio.
Pero Licerio nunca dejó que las palabras negativas de Armando lo afectaran. «La verdadera amistad está en el corazón, no importa si es imaginaria o no», le recordó a Dioscórides. Juntos, idearon un plan para demostrarle a Armando que la amistad era real y poderosa.
Decidieron organizar un gran picnic en el prado más hermoso de Crystalia. Invitaron a todos los seres mágicos del lugar y a personas de otros universos cercanos. El prado se llenó de risas, música y conversaciones animadas. Fue un momento mágico donde la amistad se celebró en todo su esplendor.
Armando, al ver la felicidad y la alegría que reinaba en aquel encuentro, se dio cuenta de su error. Se acercó a Dioscórides, con lágrimas en los ojos, y le pidió disculpas por su actitud negativa. «Nunca antes había visto una amistad tan hermosa como la tuya con Licerio. Me equivoqué al juzgar algo que no entendía», admitió.
Dioscórides sonrió y aceptó las disculpas de Armando. En ese momento, supo que había crecido y aprendido mucho gracias a la amistad y a superar los obstáculos. Regresó a su hogar en Crystalia, lleno de gratitud por todo lo que había experimentado.
Desde aquel día, Dioscórides nunca volvió a sentirse triste y solo. Tenía en su corazón la amistad de Licerio y la lección aprendida de aceptar a los demás tal y como son. En ese universo paralelo, su amistad se convirtió en una leyenda que inspiró a todos a valorar y celebrar las conexiones especiales que podemos tener con otros seres, sean reales o imaginarios.