Boirensis cani


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Esta abuela de Boiro dijo: «Ya estoy harta de perros, por eso me he comprado un gato».

Galicia es otro mundo y el que no se habitúe a él está perdido.
Ya estoy en Galicia, concretamente en Boiro, lugar al que he dado en llamar Boirensis Cani, por la cantidad de perros que hay en esta ciudad, posiblemente más que habitantes. No sé por qué ocurre esto, tal vez porque llevar un perro consigo aumenta el prestigio, el estatus social o porque creen que son ingleses los dueños de chuchos.

El caso es que, desde que puse un pie aquí, mi día a día es una puta pesadilla. Mi oído es una sinfonía de ladridos destemplados a todas horas, aullidos lastimeros y el ocasional gruñido de un chucho que te mira como si fueras un intruso en SU calle. ¿Pasear? Eso es una carrera de obstáculos: esquivar correas de treinta metros, sortear esos perros falderos con cara de pocos amigos que te miran con desdén, y jugarte el tipo con mastines que parecen sacados de una película de terror. Y ni hables de las cacas de perro. ¡Están por todas partes! En la acera, en el parque, incluso en los pasos de cebra. Parece que aquí limpiar los excrementos de tu mascota es una opción, no una obligación.
Al principio, lo confieso, me resultaba chocante. ¿Cómo podía haber tantos perros y tan poca decencia? Pero ahora lo tengo claro: aquí la gente se pasa las normas por la entrepierna, y los perros son la excusa perfecta para ello. Da igual que haya carteles de «prohibido perros» en el parque infantil; ahí tienes al energúmeno de turno con su bicho cagando al lado de los columpios. Da igual que la correa sea obligatoria; suelta el perro, que el animalito necesita correr. ¿Y las bolsitas para recoger la mierda perruna? ¡Bah! Eso es para los pringados.
Lo peor es que los dueños de estos animales viven en su propio mundo de fantasía, creyéndose los reyes del mambo por pasear a su bola con el chucho de turno. Hablan con ellos como si fueran personas, les ponen nombres ridículos y, si te quejas por una cacota en tu portal, te miran como si fueras un bicho raro. ¿Qué prestigio ni qué estatus? Aquí llevar un perro es sinónimo de incivismo y de creerse por encima del bien y del mal. Esto no es Galicia, esto es un puto orinal gigante al aire libre, y estoy hasta el gorro de sus perros, de sus dueños y de su puto «otro mundo».