Era el día de la «Gran Reunión de los Puntos Azules», un evento anual donde un grupo de amigos se juntaba para comer y, lo más importante, intentar descifrar el misterio de los orbes azules que inexplicablemente aparecían en sus fotos de grupo. Este año, el escenario era un restaurante de estilo marroquí con una decoración tan elaborada que hacía sentir a todos como si estuvieran dentro de una lámpara mágica gigante.
El anfitrión, ese caballero con la pajarita negra (llamémosle Ricardo, el eterno optimista), había insistido en que este año, ¡por fin!, desvelarán el enigma. «¡Veréis!,» exclamó, con una sonrisa que apenas cabía en su cara, «¡Este año, con la nueva cámara de Manuel (el hombre con la camisa de cuadros a rayas), no habrá orbe azul que se nos resista!»
Manuel, por su parte, ya estaba sudando. Su «nueva» cámara era más bien «recuperada de un cajón olvidado» y hacía ruidos extraños cada vez que intentaba enfocar. A su lado, la señora de verde (Doña Remedios, la escéptica del grupo) ya estaba resoplando. «Manuel, esa cámara parece una cafetera exprés. Lo único que va a hacer es un café malo y quizás un orbe azul más grande.»
La comida transcurría con normalidad. Se compartían risas, anécdotas y, por supuesto, teorías sobre los orbes azules. La mayoría apuntaba a la luz, otros a la humedad, y el señor de gafas en primer plano (El Profesor, siempre con una teoría científica, por muy disparatada que fuera) incluso sugirió que eran «partículas elementales de alegría condensada».
Cuando llegó el momento de la foto, Ricardo se puso al frente, «¡Todos juntos! ¡Sonrían! ¡Piensen en la no-existencia de orbes!» Manuel se preparó, ajustando la cámara con la pericia de un mono con un reloj. El flash se disparó con una explosión, y todos se quedaron deslumbrados un momento.
Al revisar la foto, un silencio sepulcral llenó la sala. Los orbes azules no solo estaban allí, sino que… ¡había uno dentro de la pajarita de Ricardo! Y otro, aún más inexplicable, ¡flotaba justo encima de la cabeza del Profesor, como si fuera un halo de neón!
Ricardo se quedó boquiabierto. «¡Pero cómo es posible! ¡Estaba convencido de que este año…!» Doña Remedios se echó a reír a carcajadas. «¡Te lo dije, Ricardo! ¡Los orbes azules son más testarudos que tú!»
El Profesor, con su orbe flotante, se frotó la barbilla pensativamente. «Interesante… muy interesante. Quizás no son partículas de alegría, sino… ¡partículas de humor condensado que se burlan de nosotros!»
El día terminó con más risas qué misterio, aunque el enigma de los orbes azules permaneció sin resolver. Lo que sí sabían era que, al año siguiente, la «Gran Reunión de los Puntos Azules» se celebrará de nuevo, y seguro que los orbes, fiel a su costumbre, harán una aparición estelar, para deleite y frustración de todos. Y probablemente, Manuel traería otra «nueva» cámara que hacía ruidos aún más extraños.
