Retahíla de vicisitudes


Viçent era lo que podríamos llamar un «chef» aficionado, con una especialidad: los pasteles de hachís. Sus amigos lo adoraban por ello, y sus reuniones eran famosas por las risas incontrolables y las profundas charlas que siempre terminaban en un ataque de hambre voraz.

Un martes por la tarde, Viçent decidió sorprender a sus amigos con una nueva receta. Con la diligencia de un alquimista, mezcló los ingredientes en su sartén favorita, esa de hierro fundido que, según él, le daba un toque especial a todo. Una vez listo el pastel, lo dejó enfriar en la encimera, con la intención de cortarlo y repartirlo cuando llegaran sus invitados.

Pero Viçent tenía un pequeño desliz: la memoria. Salió un momento a hacer un recado y olvidó dejar una nota o, al menos, guardar la sartén. Fue en ese preciso instante cuando Carmen, su compañera de piso, entró en la cocina con una misión clara: preparar la cena.

Carmen no era de las que se complicaban. Un revuelto de verduras y huevos era su especialidad. Cogió la sartén de hierro fundido, sin percatarse de los restos casi invisibles de la “magia” cannábica que aún se aferraban a ella. Calentó el aceite, echó las verduras, los huevos, y en pocos minutos, la cena estaba lista.

Viçent regresó justo cuando Carmen estaba sirviendo los platos. «¡Qué bien huele, Carmen!», exclamó, sin sospechar que el aroma no era solo el de las verduras.

La cena transcurrió con normalidad… al principio. Después de unos quince minutos, Carmen empezó a notar algo extraño. «Viçent», dijo, con una risa nerviosa, «creo que este revuelto me está sentando un poco… raro. Las zanahorias parecen bailar.»

Viçent la miró, frunciendo el ceño. De repente, su mirada se posó en la sartén limpia en el fregadero. El pánico se apoderó de él. «¡Carmen!», gritó, señalando la sartén como si fuera un arma del crimen, «¡No me digas que has usado esa sartén para hacer la cena!»

Carmen asintió, su risa ahora era más parecida a un hipo incontrolable. «Claro, es la que siempre usas para todo. ¿Por qué?»

Fue entonces cuando Viçent, con la cara pálida y una mezcla de horror y diversión, le confesó la verdad. «Carmen… en esa sartén hice el pastel de hachís

El silencio se hizo en la cocina, solo roto por las carcajadas de Carmen, que ahora eran estruendosas. «¡No puede ser!», exclamó entre risas, las lágrimas corriéndole por las mejillas. «¡Así que estoy drogada con tu revuelto de verduras!»

Los amigos de Viçent no tardaron en llegar, y la escena que encontraron fue memorable. Carmen, sentada en el sofá, intentaba entablar una conversación seria con una planta. Viçent, por su parte, se debatía entre la culpa y las ganas de reír a carcajadas.

Esa noche, la cena de Viçent fue un fracaso culinario, pero un éxito rotundo en cuanto a anécdotas se refiere. Y desde entonces, Carmen siempre le recordaba a Viçent, con una sonrisa cómplice, que su revuelto de verduras era, sin duda, el más… «elevado» que había probado en su vida. Y Viçent, para evitar futuras confusiones, compró otra sartén. Una que usaría solo para el desayuno.