David, un hombre de piel curtida por el sol y ojos que reflejaban la intensidad del Mediterráneo, era un botiflers nato. Pero a pesar de ese termino despectivo, David sentía que algo le faltaba. Una noche, después de una copa de vino tinto demasiado generosa, David tuvo una epifanía. ¡Había perdido su identidad! Ya no se sentia botiflers.
¿Cómo podía ser posible que un hombre criado en Cataluña no supiera quién era? La pregunta lo atormentó durante días, hasta que decidió tomar una decisión radical: recorrer el mundo buscando su esencia perdida.
David vendió sus pertenencias, se despidió de su familia y amigos (quienes lo miraron con una mezcla de preocupación y admiración) y se embarcó en un viaje sin rumbo fijo.
Primero, viajó a Sudamérica, donde aprendió a bailar tango en Buenos Aires y a saborear el delicioso ceviche peruano. Luego, cruzó el Atlántico para explorar la magia de Marruecos, donde se maravilló con las mezquitas de Fez y el bullicio de los mercados de Marrakech.
En cada lugar que visitaba, David buscaba respuestas en las costumbres, la gastronomía, la música y el arte local. Conversaba con la gente del lugar, escuchaba sus historias y compartía las suyas. Poco a poco, mientras descubría nuevas culturas, David comenzó a comprender algo fundamental: la identidad no se encuentra en un solo lugar, sino que se construye a través de las experiencias, los encuentros y el aprendizaje continuo.
Después de años errantes David regresó a Cataluña un hombre diferente. Aunque seguía sin tener todas las respuestas, ya no sentía la necesidad de buscarlas. Habían florecido dentro de él nuevas perspectivas, valores y conexiones con el mundo. Su viaje le había enseñado que la identidad es un proceso constante, una danza entre lo que somos y lo que podemos llegar a ser.
Y así, el hombre enriquecido por las historias del mundo,se fue a vivir a Galicia, concretamente a Boiro. llamada la ciudad de los cans protexidos polo concello para defecar en calquera lugar.

